El sábado 5 de marzo amaneció con un cielo algo nuboso, soleado por momentos. Nos levantamos temprano, había muchas cosas por hacer y coordinar, antes de que llegaran los invitados que estaban citados para la una y media de la tarde (la boda sería a las dos). Y así fueron pasando las horas, entre detalles y recibir e instalar a la pulpeira, así como los postres.
Finalmente a la una menos veinte, Rosa y yo subimos a nuestra habitación para cambiarnos. Quince minutos antes de las dos de la tarde, bajábamos muy emocionados para la ceremonia y nos encontramos que ya estaban todos los invitados, quienes ya se habían presentado sin necesidad de nuestra intervención, facilitando nuestra tarea de anfitriones.
Luego la ceremonia, las sorpresas, la fiesta, la alegría, la buena onda, la emoción y la felicidad de un momento inolvidable. Y llegó la noche, terminó la fiesta y el afloje, el relax, el descanso tan necesario, la reflexión y los recuerdos de un día maravilloso, marcado a fuego en nuestra memoria y en nuestro corazón.
La nueva semana, tal como habíamos acordado con los cirujanos, fuimos al hospital para hablar con ellos y coordinar la fecha de la operación. Entramos al despacho con Rosa, mi esposa y mis hermanas que querían tener información de primera mano. Luego de todas las explicaciones, buscamos el mejor momento para la operación, le pedí al cirujano que fuera un día en el que estuviera descansado y relajado. Y el 27 de abril fue el día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario