Antes de ayer desayunamos a las nueve de la mañana, preparamos nuestras cosas y nos fuimos a la estación central de trenes de Viena. Nos vinimos tres días a Praga y en ese momento, estando en el tren disfrutando del viaje, las vistas por la ventana del vagón y del silencio. No imaginan lo que era, estaba lleno de gente y casi no se escuchaban ni los murmullos.
Solamente se escuchaba el tránsito del tren y mis dedos golpeando suavemente las teclas mientras escribía. Entre los austríacos y los japoneses o chinos que teníamos al lado que casi no hablan nada (daba la impresión que viajábamos solos), unos leyendo el diario y los orientales que con sus aparatos electrónicos dan la impresión de sentirse cómodos y seguros.
En aquel momento nos estábamos desplazando a 160 Km/h y ni sentíamos el movimiento, casi llegando a Brno y bajando velocidad ni un ruido, casi que los más bulliciosos éramos Rosa y yo que de vez en cuando hacíamos algún comentario y chistes que nos hacían reír ruidosamente, todos nos miraban, supongo que por la rareza y también por esa sana envidia.
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