Cuando uno sufre, por el motivo que
sea, es evidente que resulta muy difícil encontrar el elemento feliz.
Solo tenemos presente el dolor que nos afecta e invade todo nuestro
ser y tratamos de encontrar el modo de eliminarlo, buscamos el
consuelo, la ayuda, la compañía de alguien, para mitigar las causas
y sus efectos físicos y espirituales.
El punto de felicidad lo podremos percibir, cuando encontramos esa compañía, ese consuelo que nos alivia y nos acaricia el alma, con su abrazo cálido y fraterno. La felicidad de contar con alguien que nos acompaña, brindándonos su afecto y colaboración para calmar nuestros males y la soledad que implican.
Quien acompaña, consuela y colabora
con quien sufre, también en parte hace suyo el dolor, pero al mismo
tiempo hace suya la felicidad que implica ayudar y hacer el bien.
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