Cuando descubrimos un sitio, un paisaje que nos emociona, o nos hace sentirnos en paz y armonía con nosotros mismos, con la tierra en que vivimos y su grandiosidad. Perdemos la noción del tiempo, nuestra mente se pone en blanco y disfrutamos de poder respirar y apreciar nuestro entorno como nunca, sintiéndonos parte del mismo. Eso es felicidad.
Esos mercados callejeros que en todas partes funcionan de la misma forma, ofreciendo casi las mismas cosas, el que les muestro fue en Salzburgo.
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