Cada persona, cada familia, cada pueblo
o ciudad, son una singularidad. Tenemos elementos que nos
diferencian, más allá de los aspectos físicos, estéticos, etc.,
tenemos formas de expresión distintas, desde la pronunciación hasta
el sentido de algunas palabras. Todas ellas suman al conjunto y
aportan su cuota-parte de riqueza. Pero en lo básico, en lo
importante, somos todos iguales, por más que algunos, hacen
desmesurados esfuerzos para demostrar su diferenciación con los
demás. Solo algunos políticos, seguramente con grandes intereses
económicos detrás y sus ansias de poder, alimentan y trabajan
duramente en ello, dejando de lado lo que realmente importa, la gente
que vota y sus necesidades singulares, que no pasan por diferenciarse
de los demás, pues ya son singulares, sino por lograr cubrir sus
necesidades básicas para ser felices. El trabajo de los gobernantes,
es hacer felices a los pueblos que le otorgaron el poder de
administrar durante un tiempo, y deben atender esas necesidades
singulares, desde un concepto general, que les sirva a todos.
Es hora de frenar algunos egos
políticos, que basados en una historia tergiversada en el mejor de
los casos, pretenden trascender (a pesar de sumir al pueblo en
quijotescas batallas sin fundamento), cuando de otro modo, pasarían
sin pena ni gloria.
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