En la montaña, la fría intemperie del
crudo y nevado invierno, un refugio ancestral con su lareira
encendida, emitiendo ese calor desde tiempos inmemoriales, calentando
nuestro espíritu y el de quienes en el transcurso de todos esos años
han pasado por éste lugar. Además de las presencias etéreas que el
fuego despertaba, nuestra física y terrenal presencia silenciosa,
escuchaba atentamente los sonidos mágicos de las alegres llamas,
interrumpidas por los espaciados choques de nuestras copas de vino,
brindando por la felicidad de poder disfrutar tales contrastes.
La foto es en el Pazo da Pena.
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