“Hombre cobarde no besa mujer
bonita”, siempre se lo escuchaba decir a mi padre. Tener el
arrojo, la osadía, la valentía necesarias para ello, desafiando a
todos los inconvenientes que se nos presenten, a todos los miedos
internos y externos, que ponen a funcionar también nuestro
laboratorio bioquímico interno, nos hace segregar adrenalina, y
seguramente alguna otra sustancia estimulante, que pone todas
nuestras células y nuestros sentidos a trabajar con un objetivo,
lograr la felicidad, ese beso ansiado. Otro efímero momento de
felicidad, que disfrutamos por un instante, y cuyo estímulo, nos
pone nuevamente, a trabajar duro para volver a experimentarlo.
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