“Yo, para no preocuparme, me ocupo”,
me decía Milton hace más de 20 años. Esas pocas palabras, resumen
una cantidad de cosas que tienen que ver con la voluntad, la actitud,
la necesidad de hacer, de trabajar, para mantener la mente en
constante estado de excitación, en constante búsqueda. Mente,
cuerpo y alma puestos en la tarea que sea, seguramente darán como
resultado, un episodio de felicidad. En oposición, la inacción, el
dejarse estar, cuando van más allá del descanso necesario, para
continuar la tarea emprendida, nos conducen al aburrimiento, al
tedio, a la depresión, a la oscuridad. Desactivan, atrofian nuestra
capacidad de ser felices, mediante la segregación de sustancias
tóxicas, que producen un veneficio fulminante a nuestra felicidad
individual y colectiva.
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