Casi todas las empresas que hoy
conocemos, han nacido en un garaje, fruto de la destreza de sus
fundadores, normalmente personas con un oficio o profesión, que a
partir de una idea, y a su capacidad de desarrollar un producto, ya
sea por necesidad, o por las ganas de emprender algo nuevo, se lanzan
a ello. Son entonces emprendedores, desde la vocación de producción,
normalmente sin una formación empresarial, ni vocación comercial,
que se van haciendo al andar, por los múltiples tropezones, y a
impulsos de esa felicidad generada por los éxitos efímeros y
constantes. Suplen esas carencias en lo comercial, con el
conocimiento del producto, la aptitud generada por los tropezones, la
actitud de servicio, convencidos de las bondades de su producto, la
honestidad, el orgullo, y la felicidad, de contribuir a hacer felices
a sus clientes.
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