Recuerdo mi primer contacto con los
caballos, siendo niño acompañaba a mi padre cuando iba a vacunar el
ganado a la estancia de Taranco en Melilla, al final del camino de la
Redención y camino Buxareo. Durante unos años, lo acompañé en
esas tareas, que normalmente realizaba los sábados por la tarde.
Llegar a las puertas de la estancia y cruzar aquella entrada, era como transportarse a otro mundo, a otro tiempo. Después de recorrer un camino de entrada franqueado por enormes eucaliptos, se salía a un parque ajardinado, donde a la izquierda estaba la casa principal de los Ortiz de Taranco, a la derecha las oficinas, almacenes y la casa del administrador, luego más al fondo las casas de los capataces y los peones, casi un pueblo, que mantenía su estilo de principios del siglo 20.
Un poco más allá, a mano izquierda quedaban los galpones, los chiqueros y los corrales donde se realizaban todas las tareas con los animales.Mientras los mayores comenzaban las tareas de vacunación y yerra, los hijos más pequeños de los peones y los dueños, aprendían y se divertían, enloqueciendo a un par de petisos (ponys) en un pequeño corral lindero.
Que maravilla ver aquel movimiento y las destrezas realizadas por la peonada, manejando el ganado con sus caballos y que alegría y felicidad, cuando aquellos niños me invitaron a participar de su diversión, intentando montar aquellos petisos a pelo, no recuerdo cuantas veces lo intenté, lo cierto es que cada vez, era subir y caer.
Al final de la jornada, estaba tan cansado y magullado, que al subir a la Fordson para volver a casa, me quedé dormido, pero el aprendizaje, la alegría y la felicidad vividas, aún las tengo grabadas a fuego.
Llegar a las puertas de la estancia y cruzar aquella entrada, era como transportarse a otro mundo, a otro tiempo. Después de recorrer un camino de entrada franqueado por enormes eucaliptos, se salía a un parque ajardinado, donde a la izquierda estaba la casa principal de los Ortiz de Taranco, a la derecha las oficinas, almacenes y la casa del administrador, luego más al fondo las casas de los capataces y los peones, casi un pueblo, que mantenía su estilo de principios del siglo 20.
Un poco más allá, a mano izquierda quedaban los galpones, los chiqueros y los corrales donde se realizaban todas las tareas con los animales.Mientras los mayores comenzaban las tareas de vacunación y yerra, los hijos más pequeños de los peones y los dueños, aprendían y se divertían, enloqueciendo a un par de petisos (ponys) en un pequeño corral lindero.
Que maravilla ver aquel movimiento y las destrezas realizadas por la peonada, manejando el ganado con sus caballos y que alegría y felicidad, cuando aquellos niños me invitaron a participar de su diversión, intentando montar aquellos petisos a pelo, no recuerdo cuantas veces lo intenté, lo cierto es que cada vez, era subir y caer.
Al final de la jornada, estaba tan cansado y magullado, que al subir a la Fordson para volver a casa, me quedé dormido, pero el aprendizaje, la alegría y la felicidad vividas, aún las tengo grabadas a fuego.
La foto es en nuestra casa de Margat.
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