Recuerdo la primera noche que pasé en
mi nuevo hogar, una casa en el campo, a unos 50 km de
Montevideo, ya hace algo más de 20 años. Por distintas razones y
circunstancias, entre otras la ciudad me ahogaba y ya no me gustaba
lo que hacía, decidí intentar un cambio en mi vida, y hacer el
camino opuesto al de la mayoría de la gente, que dejaba el campo
para instalarse en la ciudad. Así fue que en los primeros días de
diciembre de 1994, me fui a vivir a un predio rural en Margat, que
había adquirido recientemente gracias a algunos ahorros y a la venta
de mi apartamento. Abandoné un lugar ruidoso y asfixiante, para
instalarme en un lugar silencioso en apariencia, donde los árboles
del entorno, los pájaros, el viento, y la lejanía del resto del
mundo, me generaban una paz interior y una felicidad sin igual.
Ese primer día de cambio, de instalar
unas pocas pertenencias con la ayuda familiar, dieron paso a la
primera noche en soledad, despidiendo a una ventosa y cálida
primavera, que generaba una serie de sonidos nuevos para mi y que no
podía identificar, acostado escuchando esos sonidos extraños, en
determinado momento decidí levantarme y salir al encuentro de lo que
me provocaba esa inseguridad. Me vestí, y armado con una linterna,
más alguna otra cosa que encontré a mano, salí a enfrentarme con
la oscura y sospechosa noche. La excitación de ese momento, poco a
poco fue dando paso a la calma y la tranquilidad, a medida que iba
escuchando y prestando atención, los sonidos extraños se fueron
identificando, como presentándose ante un ser extraño, una ave nocturna, las ramas de
los árboles y algunas de las cortezas algo sueltas que el viento
agitaba, a su manera me daban la bienvenida, me tranquilizaban y
deseaban felicidad.
La foto es en nuestra casa de Margat.
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