Recuerdo mi niñez, cuando un televisor
blanco y negro era lo máximo, cuando tener teléfono en casa era
algo así como sacar la lotería y automáticamente tu casa se
transformaba en la central telefónica del barrio. Una época donde
se requería poco para ser feliz.
Hoy en día y pasados unos cuantos años, si no contamos con un tv extra plano con sonido envolvente, pantalla táctil, telefonía con adsl, wi-fi, un teléfono móvil de última generación con todos los chiches, y que se yo, nos cuesta encontrarnos a gusto.
Sin embargo, cuando nos vamos a lugares apartados, al campo, a la montaña, a una playa lejana, en general a zonas donde no hay posibilidades de conexión ni señal de tv, caemos en la cuenta y re-descubrimos la posibilidad de ser felices con cosas tan simples como caminar disfrutando de la naturaleza, o viendo el vuelo de un pájaro.
En resumen, descubrimos la felicidad de lo simple y básico, elementos que a diario tenemos a mano y no vemos por la tormenta tecnológico-mediática en que vivimos y que pretende vendernos una felicidad dependiente de ella.
La felicidad no pasa por estar
conectado a un aparato, solo depende de nuestra capacidad de
disfrutar de las cosas simples, un hermoso atardecer, una ola
rompiendo en la playa, el canto de un pájaro, una sonrisa, una buena
compañía y nada más.
La foto es en Riaño.
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