Cada uno tiene su historia en esta materia, plagada de
alegrías y sinsabores que se van grabando en nuestra memoria afectiva. Desde
los momentos felices hasta los más desgraciados, pasamos por una gran variedad
de situaciones que quedan ahí, en nuestra memoria y aparecen de forma
recurrente, muchas veces sin explicación.
Padres, hijos, hermanos, tíos, sobrinos, primos, a medida
que se estira el árbol genealógico, la familia se va diluyendo,
fundamentalmente a partir de la desaparición de las figuras aglutinantes que
mantienen el vínculo, todo ello en estos tiempos, agudizado por la dispersión de
la economía global que agrava la cosa por la falta de tiempo en familia,
haciendo a las personas entes aislados, sin vínculos casi que de ningún tipo.
Así es que esos sentimientos familiares en la cercanía,
pueden llegar en algunos casos hasta la cuarta o quinta generación. La
distancia y las nuevas generaciones, van perdiendo ese sentimiento poco a poco,
hasta llegar un momento en que desconocemos a nuestros familiares y cuando nos
encontramos y nos presentan, intentamos generar un afecto muchas veces forzado.
Cómo se recupera ese vínculo afectivo familiar perdido en
las últimas décadas. Pues independientemente del normal distanciamiento por el
estiramiento del árbol genealógico, en mi opinión es necesario que se generen
figuras aglutinantes, en base al contacto directo y afectuoso a lo largo del
tiempo. Lo cual implica que al menos uno de los padres debe mantener un contacto
constante y activo desde todo punto de vista con los hijos y los parientes
directos.
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