Como hijo de emigrantes, fui criado en conceptos muy firmes
de hablar poco y trabajar mucho, así como en la humildad, esfuerzo, constancia,
perseverancia, dedicación. El trabajo, un techo y la comida elementos esenciales para una vida feliz,
ahorrar para la vejez o para alguna contingencia, obligatorio, descanso y vacaciones sí,
pero cuando haya tiempo y dinero suficiente.
Hoy en día esos conceptos se observan poco, vienen primando
otros que implican inmediatez, corto plazo, queremos las cosas ya, hemos
perdido la paciencia, recurrimos a créditos para obtener cosas banales y nos
empeñamos hasta donde no podemos para satisfacer esas necesidades ficticias.
Luego nos indignamos, cuando las crisis implícitas en los
ciclos económicos, nos llevan a no poder pagar aquellos créditos, o bien por
pérdida del trabajo, o por encarecimiento de los distintos parámetros financieros.
Y la culpa siempre la tienen otros, que también es posible, pero en definitiva nadie
nos obligó a contraer la deuda, solo nuestra ambición y las necesidades
ficticias.
No pretendo decir que no hay que ser ambicioso, o pretender
tener una vida mejor y más confortable,
lo que digo es que hay que hacer las cosas con cabeza. Tenemos que ser lo
suficientemente capaces de distinguir la paja del trigo, para no caer en las trampas
que nos pone el mundo globalizado, aunque también es verdad que muchas veces
cae hasta el más pintado.
La foto es en Vietnam, gentileza de Belén del Campo.
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