Los días van pasando, y según en la
etapa de la vida que nos encontremos, tienen una velocidad aparente
diferente. Cuando somos niños, y pretendemos ser mayores, no da
pasado el tiempo, para tener esa mayoría de edad ansiada. En ese
momento es nuestro mayor objetivo, lograr esa edad a partir de la
cual, se supone seremos libres, podremos hacer lo que se nos cante.
Llegados a ese punto, y habiendo intentado hacer aquello que pretendíamos, nos encontramos que todo tiene límites, nos proponemos nuevos objetivos y comenzamos a añorar aquellos días de nuestra niñez y adolescencia. A medida que avanzamos en la búsqueda de esos objetivos, comenzamos a percibir una aceleración aparente del paso de los días, y en ese vértigo, nos vamos perdiendo muchas cosas.
Al final, nos damos cuenta que en realidad, el tiempo transcurre siempre igual, detectamos que aquel vértigo, nos ha hecho perdernos algunas cosas aparentemente insignificantes, pero que a la distancia echamos en falta. Que despreciamos instantes de felicidad, de momentos amorosos, que dejamos pasar muchas oportunidades de disfrutar de las cosas simples de la vida.
Vamos a darle con todo ahora, sin
perder la memoria, aprovechemos cada instante para disfrutar y ser
felices, sin pensar, sin otra prioridad que amarnos a nosotros
mismos. Es el camino para amar a los demás, valorar a los demás y
ser felices.
La foto, es de la boca de la ría de Noia-Muros, desde la playa de Queiruga.
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