No recuerdo la fecha exacta, pero
durante el año 1980, estando en el mostrador de atención al público
del laboratorio, llegó una cliente, la señora traía entre sus
brazos algo envuelto en una pequeña frazada, y pedía por favor la
atención de un veterinario, para que revisara a su mascota que
aparentemente tenía un problema.
Amablemente, le indique a la señora
que nosotros no hacíamos atención de clínica veterinaria, que
nuestra labor era la de fabricar productos veterinarios, que no
teníamos ni las instalaciones ni el personal para ello, al tiempo
que le di la dirección de una clínica veterinaria cercana. La
señora no entendía razones y continuaba en su reclamo por un
veterinario que revisara a su mascota.
La escena llamó la atención de alguno
de los veterinarios que trabajaban en el área técnica, quienes se
fueron acercando para ver lo que sucedía. Cuando llegó el primero,
le pedí que hiciera el favor de revisar a la mascota de la señora,
y vaya sorpresa cuando la señora descubrió a su mascota. Era una
gallo, por lo visto muy viejo, pues ya no le quedaban plumas.
La señora muy afligida, le comentaba
al veterinario que “Pablito” no comía desde hacía varios días
y que le preocupaba mucho esa situación. En eso llega otro
veterinario, que viendo al gallo y toda la situación, le dice sin
más miramientos a la señora, “...lo que tiene que hacer con ese
gallo es un buen puchero...”. Se pueden hacer una idea de la
reacción de la señora, se puso furiosa.
La señora, entró en nuestra empresa
por casualidad, porque seguramente era vecina y fue el único lugar
que se le ocurrió en ese momento para solucionar su problema. No era
una cliente habitual, pero si una cliente potencial, o estar en el
entorno de algún cliente habitual o potencial. Por lo cual, es muy
importante considerar que la atención del cliente es una tarea
delicada, su felicidad es responsabilidad de todos los integrantes de
la empresa, y la primera impresión que el cliente imprima en su
mente, será la que perdure.
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