Tercera anotación de bitácora:
Luego de varias paradas más en puertos
brasileños, no recuerdo exactamente en cuales, pero me suenan Río,
Bahía y Natal, iniciamos la travesía oceánica. A todo ésto en la
primera semana, ya había recorrido todo el barco, desde la sala de
máquinas hasta el puente de mando, con intentos de llegar a lo más
alto del barco que fueron controlados por los atentos tripulantes.
Todas las mañanas, dentro del horario
estipulado, desayunábamos en el comedor, después de lo cual, mis
padres intentaban buscar formas de hacernos pasar el día
entretenidos. Entiendo que era una tarea realmente difícil, pues
casi todos los días ante la menor distracción, me marchaba en
alguna de mis excursiones en solitario por la nave.
Supongo que por lo estresante de la
situación, mis padres se turnaban para quedarse con nosotros y
relajarse durante algunos momentos del día, una mañana soleada
realmente maravillosa, supongo que a esa altura nos encontrábamos
cerca de la línea ecuatorial, mi madre se puso a jugar con migo,
pasándome una pelota de goma, de aquellas que picaban una barbaridad.
En un momento que ella debió atender a
una de mis hermanas, yo quedé jugando solo, intentando dominar aquel
balón, al segundo toque, la pelota salió por encima de la baranda
del barco y yo detrás, quedé trepado en la barandilla, viendo como
la pelota amerizaba sobre aquellas enormes y espumosas olas.
La foto, es de la zona nueva del charco en Arrecifes.
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